El austero Canto Gregoriano no se libró, tampoco, de la moda de los adornos. Especialmente, en Italia, los cantantes eran muy propensos a ornamentar las melodías y, como curiosidad, el eminente Guido d’Arezzo (995-1050), aconsejaba a los cantantes no italianos que, si les resultaba difícil hacer todos esos adornos, no se esforzaran y dejaran el canto sencillo (sin adornos).
La cosa llegó a un extremo que el Papa Juan XXII (1316-1334) abolió totalmente la ornamentación, pero el efecto de su orden duró poco tiempo.
Cuando del canto llano (otro nombre del canto gregoriano, a una sola voz) surgieron los estilos a varias voces, cada cantante hacía sus propios adornos. Jerónimo de Moravia, en el siglo XIII, escribió un método en el que hablaba, en uno de sus capítulos de este tema.
No obstante, los grandes compositores iban, poco a poco, refinando y definiendo las relaciones armónicas y contrapuntísticas de las diferentes voces, con lo cual, el ornamentar libremente se convertía en un riesgo, al cual desafiaban muchos cantantes.
En la época barroca, se usó mucho el bajo cifrado, esto es un sistema de escritura simplificado que le daba al músico acompañante (habitaulmente, con clavecín o laúd), una guía de los acordes sobre los cuales desarrollar, improvisando, su acompañamiento. Por ello, el acompañamiento de una misma obra podía ser muy diferente dependiendo de por quién era interpretado. Este sistema daba una considerable libertad a la hora de utilizar la ornamentación.
En el canto solista, desde principios del siglo XVII hasta e siglo XIX, la adición de adornos a la música era costumbre permitida y admirada. Incluso, muchos compositores incluían ya muchos adornos y daban libertad para que el intérprete incluyese otros.
Los instrumentos como el laúd o el clave, en los cuales es difícil mantener el sonido en las notas largas, fué también un perfecta excusa para llenar esos tiempos con adornos cada vez más complejos.
Couperin fue uno de los grandes clavecinistas que hizo uso intensivo de la ornamentación. J.S. Bach sacó mucho provecho del estudio de las obras de aquél, aunque las consideraba excesivamente recargadas de adornos, ya que casi no hay una nota sin adorno. El hijo más famoso de J.S. Bach, Karl Philipp Emanuel Bach, en uno de sus ensayos dice: “Nadie duda de la necesidad del uso de los adornos. Dan vida y expresión a las notas, volviendo su significado mucho más claro, y contribuyen a realzar el carácter de cada pasaje, sea triste, alegre, o de otra naturaleza. Vuelven soportable una melodía pesada, y la mejor de ellas, sin adornos, se vuelve vacía y sin significado. Los ejecutantes que se crean capacitados para ello, pueden añadir más adornos en mis obras de los que yo he indicado, siempre y cuando tengan cuidado de no desvirtuar el carácter general de la composición.”
Indica también que, un exceso de ornamentación, puede ser perjudicial.
Texto introductorio de Ricardo Sánchez
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