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El arpa en el México colonial

En 1519, junto con Hernán Cortés desembarcó un soldado músico valenciano mencionado por Bernal Díaz del Castillo, como el Maese Pedro el del arpa, quien trajo la primera a tierra firme. Se trataba seguramente de la típica arpa medieval, de menos de un metro de altura y mástil curvo. Obviamente este soldado que después de la conquista montó una academia de música en Texcoco, no enseñaba música sacra ; por el contrario, él y seguramente muchos otros españoles más, durante sus festejos profanos ejecutaban bailes y cantaban las canciones de sus respectivas regiones de origen, principalmente Galicia, Extremadura y Andalucía. Así que los indígenas que convivieron con ellos escucharon también toda una serie de villancicos, zéjeles, coplas, tonadas, entre otros tantos géneros musicales peninsulares que solían acompañarse con vihuela de mano, arpa y violín ; precisamente los principales cordófonos del son mexicano.

Desde los primeros años de la Colonia, los misioneros comprendieron la importancia de transmitir el evangelio apoyados en la enseñanza musical, y por su parte, los naturales muy pronto demostraron su enorme facilidad para dominar la nueva música de tipo europeo. Considerada por el clero como un puente terrenal hacia el cielo, el arpa –siendo además mucho más ligera que el órgano– ocupó un importante lugar como instrumento religioso. Los indígenas, otorgándole la misma capacidad de vínculo divino, la cubrieron de sincréticos simbolismos adornando su diapasón con todo un imaginario animal protector.

México es el país con mayor número de variantes regionales del arpa popular diatónica en el mundo. Durante el siglo XVIII y todavía a finales del XIX, este instrumento era uno de los más populares entre los mexicanos y con él se tocaba una amplia gama de géneros musicales desde chotises, pasos dobles, polcas, valses, marchas, gavotas, mazurcas, danzones, danzas cortesanas, o también indígenas y sones. Se le escuchó tanto en las ceremonias litúrgicas acompañando el ave María, como también paseándose por calles, plazas, corrales y convivir en las pulquerías acompañando coplas, valonas y corridos.

Escrito por Gonzalo Camacho Diaz

arpa en el mejico colonial

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