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La Tuna o tener los libros a igual distancia que la guitarra y el laúd

Seguramente una de las tradiciones españolas más conocidas, no sólo en nuestro país, sino en buena parte del resto del mundo, la Tuna, es al mismo tiempo, la más fabulada y desconocida, en lo que a su origen e historia se refiere.

En los últimos años no obstante, y siempre bajo la pluma de antiguos componentes de diferentes Estudiantinas españolas e hispanoamericanas, han salido a la luz varias publicaciones, que dan cuenta, “solamente”, del devenir de algunas de estas Tunas de forma aislada. Falta todavía, por lo tanto, un estudio riguroso que aborde la historia de la Tuna, en sentido genérico. Una tarea nada fácil, si tenemos en cuenta, que la mayor parte del bagaje tradicional estudiantil, se ha limitado a una herencia que ha sido transmitida de forma casi exclusivamente oral.

Cuando a partir del primer tercio del siglo XIII, se abren en España las primeras Universidades, nuestro solar, ya había sido escenario de numerosas manifestaciones trovadorescas y juglarías, es decir, de actuaciones de lo que hoy llamaríamos cantautores e intérpretes, con formas y comportamientos que podríamos definir como “pretunantescas”, y que utilizaban la Música como sustento más o menos profesional, en base a su cualificación y reputación popular, cuando no, en función del reclamo de que eran objeto por parte de los señores acomodados, que los contrataban para sus diversiones, bailes, fiestas, etc., así como de “recaderos” de mensajeros de amor para sus damas.

Formadas nuestras Universidades, los estudiantes se verán en la necesidad de agruparse en pequeñas fraternidades, casi siempre en base a sus lugares de procedencia, lo que hoy llamaríamos “peñas”, para mejor defender sus derechos, así como para trasladarse, ya de sus casas a la Universidad y viceversa, ya para viajar en busca de nuevos Estudios o maestros, y las más de las veces, para renovar su algazara juvenil.

Precisamente, esta necesidad y/o vocación de estudiantes itinerantes, les obligará a ingeniárselas a la hora de sufragar lo costoso de su deambulatorio. Así, alrededor de unas guitarras, laúdes, flautas y panderetas, se forman las primeras Estudiantinas, con las que los escolares pagarán sus posadas, viandas, etc., a cambio de actuaciones en romerías, bodas, serenatas, pasacalles, etc.

Señores, dat al escolar
que os viene a demandar.
Dat limosna o ración,
e yo faré por vos oración…

La indumentaria raída, y su utillaje, ortera, cuchara y tenedor, les delataba como estudiantes de la Tuna.

A partir de aquí, y por si su condición de universitarios no implicaba en sí misma todo un privilegio social, añaden ahora sus otros fueros, que sólo la picardía estudiantil podía crear. El “grito de guerra”, era a su vez un seguro salvoconducto: “¡Favor a la Tuna!, ¡Favor al Rey!, ¡Viva la Universidad!”.

Esta era su carta de presentación en cualquier plaza pública donde ofrecían sus trovas o declamaciones, sus acrobacias o las canciones más populares de la comarca, a una población ávida de diversiones, que los acogía generosamente.

Pero la irrupción de las Estudiantinas, tendrá sobre todo en la noche, su más amplio escenario. La ronda o serenata, será la manifestación amorosa estudiantil por excelencia, y que secularizada de las canciones que los clérigos habían compuesto para la Virgen María reina de los cielos, será ahora el vehículo de comunicación entre la Estudiantina y el amor de la joven dama:

Salamanca parece, niña, tu calle,
porque siempre la llenan los estudiantes.

Y con la serenata nocturna, el pretexto para las correrías de la noche, la taberna, y las disputas demasiadas veces. Por ello, la Universidad dictará normas, tratando en vano de regular la nocturnidad estudiantil. El Concilio de Valladolid, estableció en 1228, severas prohibiciones para que los estudiantes “…no sean en compañas do estén joglares et trasnochadores, et que excusen de entrar en las tabernas…”. La Universidad de Lérida en 1300, intentará hacer lo mismo con la amenaza de la aprehensión de los instrumentos a los rondadores de la Estudiantina, y con la severa advertencia de la iglesia, no muy partidaria, a lo que se ve, del discurso nocturno-musical de los estudiantes.

Con todo, será precisamente el Arcipreste de Hita, Don Juan Ruiz (s. XIV), y aún a riesgo de su crédito personal ante el estamento eclesial, a quien debamos atribuir el ser lo que podríamos llamar el primer compositor de la Tuna:

“Fize algunos cantares de los que cantan ciegos, e otros, para escolares que andan nocherniegos. E para muchos otros por casas andariegos”.

Todavía en el siglo XVI, un 50% al menos de la población estudiantil, era de escasos recursos económicos, viéndose obligada unas veces, a ejercer de criados para los nobles, a dar lecciones, o a divertir con música de Estudiantina. A la Tuna así pues, no sólo le cabe el honor de ser en parte la sustentadora de muchos estudiantes de universidad en sus primeros siglos de andadura, sino también la mantenedora y transmisora de instrumentos tales como la bandurria o el laúd, sin cuya participación y también la de las Rondallas, probablemente hubieran desaparecido.

La literatura española del Siglo de Oro, se ha encargado como nadie de reflejar en sus novelas, las andanzas picarescas de nuestras estudiantinas, en muchas obras salidas de la pluma de Cervantes, Lope, Quevedo, etc.

Precisamente a principios del siglo XVII, la Tuna muda de vestuario, que pasa de la sobriedad monocolor que hasta aquí había impuesto la iglesia, de la cual dependía, a las características coloristas y vistosísimas, propias del Barroco español, y que ha llegado hasta nosotros, no sin antes dejar por el camino, ¡qué lástima!, parte de sus señas de identidad, tales como la hebilla de los zapatos, el chambergo o bicornio, y la cuchara y el tenedor, precisamente lo que hoy consideramos el emblema de la Tuna.

En cambio, incorpora a partir de ese momento la capa, y posteriormente las cintas bordadas en color, como recuerdo femenino, y al modo que los trovadores recibían las “señales” por parte de sus damas, y que generalmente se limitaban a pañuelos de seda.

“Llevo diez cintas prendidas en mi capa de estudiante, diez ilusiones, diez sueños que van flotando en el aire.”

Por último, la beca o banda cruzada en el pecho y en donde el estudiante porta el escudo de su centro universitario, es un complemento de este siglo. Muchos escolares por último han incorporado recientemente en sus capas, los escudos de los países que han ido visitando.

La actividad tunantesca durante los siglos XVIII y XIX, ha quedado igualmente reflejada en numerosos sainetes, así como en revistas de estilo costumbrista, donde se recogen gran cantidad de actuaciones musicales estudiantiles, en fiestas populares, carnavales, bailes, etc., casi siempre recaudando en pro de alguna obra benéfica.

Así mismo, el pintoresquismo de las Estudiantinas españolas, será dibujado también, en las crónicas de muchos viajeros ilustres, que llegan a España alrededor del siglo XIX, tal y como hizo el barón de Davillier, en su “Viaje por España” (1862), con ilustraciones de Gustavo Doré, quien nos muestra a un grupo de tunos, viajando en compañía de unos arrieros, precisamente una de las formas preferidas por los estudiantes para trasladarse en sus salidas tunantescas.

Pero el final del siglo XIX, marcará también el principio de una nueva época para la Tuna. Su amplio escenario geográfico español, hasta entonces, ahora les resulta pequeño, alargando su deambulatorio hasta el país vecino, Francia, y eligiendo, claro, el más moderno medio de transporte de la época, el ferrocarril.

“Quien tiene arte va por todas partes”.

Ello supuso, que algunas crónicas reprobaran lo que se consideraba toda una ostentación estudiantil, en detrimento del romanticismo de antaño, a base de itinerarios a pie o “a guisa de apóstol”.

En 1879, la revista “Almanaque de la Ilustración”, critica a la Tuna moderna, que considera una débil sombra de la antigua, que “en lugar de correr uno y otro pueblo de Castilla, a pie, siendo a la par embeleso y plaga de mesones y aldeas, han aprovechado el ferrocarril, y partido a largas distancias, viviendo en fondas a sus expensas, nada menos en la capital de Francia…”.

A partir de 1939 y hasta 1975, la actividad tunantesca, al igual que la de otros colectivos corales, teatrales, o deportivos, dentro de la Universidad, será regulada por el Sindicato Español Universitario (SEU), que se encargará de poner en manos de las estudiantinas, toda la infraestructura organizativa necesaria, para dar continuación a esta tradición estudiantil. De esta forma, nacen sobre todo los Concursos o Certámenes de Tunas en las distintas sedes universitarias de España, y que no son sino, la rememoración de las antiguas concentraciones o reuniones de juglares, que ya tenían lugar en Fécamp (Normandía), en el año 1000, es decir, doscientos años antes ya, de la formación de nuestras primeras universidades en España, y cuyo objetivo un milenio más tarde, sigue siendo el mismo que el de aquellas manifestaciones “pretunantescas”, es decir, poner en escena las últimas trovas o poesías, las nuevas canciones, los mejores brindis tabernarios, las más pícaras jaculatorias, los más vistosos pasacalles y las últimas piruetas panderetísticas.

Desde aquí, el devenir de la Tuna corre vertiginoso con el siglo XX. Las Estudiantinas recorren el mundo entero, sobre todo hispanoamérica, en cuyos países se forman las primeras Tunas, al tiempo que se establece un riquísimo y recíproco intercambio de nuevas canciones, ritmos e instrumentos.

Hoy día podemos afirmar, que en la casi totalidad de los principales Centros Universitarios de Hispanoamérica, se han formado Tunas, que han heredado nuestra tradición estudiantil, y que periódicamente celebran igual que en España, intercambios y Certámenes Internacionales, junto con otras Estudiantinas que también se han ido creando en Portugal, Italia y Holanda.

En lo que se refiere a estos tres países europeos, hay que apuntar que sus formas de actuación excluyen el componente picaresco, tan propio de las Estudiantinas españolas. Mientras tanto, algunas Tunas hispanoamericanas han introducido en sus formaciones, a mujeres universitarias, lo que les ha dado pie a la inclusión en sus actuaciones de algunos números de coreografía.

En la actualidad, los medios de comunicación han contribuido a que la Tuna siga siendo una seña de identidad universitaria típicamente española, al tiempo que las más de 800 grabaciones discográficas, algunas de ellas de extraordinaria calidad musical, han servido para perpetuar su repertorio cancionístico, que no obstante, y en los últimos años, soporta un inoportuno “síndrome de sudamericanitis”, es decir, la excesiva proliferación de canciones hispanoamericanas, en detrimento muchas veces, ¡qué pena!, de nuestros pasodobles, chotis, jotas, folías o habaneras.

En cualquier caso, resulta alentador comprobar cómo la Tuna, hoy como hace ocho siglos, sigue sosteniéndose gracias al ingenio estudiantil, y en base a actuaciones en todo tipo de acontecimientos sociales, bodas, banquetes, conciertos, etc. Igualmente, es cada vez más significativa, la presencia de las Estudiantinas, en actos oficiales que cada curso académico se celebran en su patria natural, la Universidad. Ello, es la mejor garantía de continuidad, en lo que constituye una de nuestras mejores y más vetustas tradiciones. ¡Aupa Tuna!.

Felix Martin Martinez

http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/la-tuna-o-tener-los-libros-a-igual-distancia-que-la-guitarra-y-el-laud/html/

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