Archivo de Arte Valenciano. 2019. Número 100
José María Vives Ramiro
El origen de la palabra guitarra hay que buscarlo en la Grecia Clásica, aunque durante la Edad Media fue reintroducido por los árabes, tanto en Europa Oriental, como también en la Península Ibérica, especialmente, a partir de la conquista y ocupación de ésta, iniciada en el año 711. El término se puede rastrear con algunas variantes en documentos hispánicos desde el siglo XI (andrés, 2001, 207) y en escritos anglonormandos y galos de mediados del siglo XIII, haciéndose cada vez más frecuente en estos territorios, así como en las regiones italianas y germánicas, a medida que avanzaban los siglos XIV y XV. Pero estas referencias —casi siempre literarias y sujetas a la imaginación o, simplemente, a la escansión y rima de los versos— hacen alusión a instrumentos inciertos, en el mejor de los casos, quizás, con cuerdas extendidas sobre un mango con clavijas para afinarlas y una caja de diversa configuración que, por supuesto, no responden ni pueden hacerlo a modelos estandarizados provenientes de las manufacturas modernas; más bien, cabe conjeturar que el propio instrumentista fuera el artesano constructor de su instrumento o, al menos, quien determinara las particularidades y lo adaptara a sus posibilidades, gustos, necesidades y habilidades. En consecuencia, la natural carencia de patrones inmutables, que de manera muchísimo más atenuada también se da hoy día, hay que tomarla como norma en el Medievo, más si nos referimos a instrumentos musicales con clavijas que pueden adecuar su altura de sonido, dentro de un margen razonable para cada ejemplar, a conveniencia de las circunstancias o del conjunto musical en que intervengan y, en este sentido, son más acomodadizos que los aerófonos cuyo tamaño y fabricación debería estar más supeditada a la concertación del grupo y a la confección por juegos de familias completas…)